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Clasificación 301 CON 2009
Autor(es) Contardo, Oscar
Título(s) La era ochentera:Tevé Pop y under en el Chile de los ochenta
Edición
Editores
Lugar de Edición
Fecha de edición


Ediciones b
Santiago, Chile
2009

Notas Nueva COMPRA
Resumen Se siente la atmósfera de los ochenta. Ahora todos quieren recordar los años de Juan Antonio Labra y Óscar Andrade, del Desafío Pepsi, de Mazinger Z y el Jappening, de los comerciales de jugo en polvo, las plumas de Maripepa, Aparato Raro, Sussi, La Torre 10 y La Madrastra. La época en que la televisión se torna definitivamente masiva en Chile. Pero también la época de las protestas callejeras, cuando surgen expresiones alternativas y marginales, movimientos de resistencia cultural que brotan y se hacen fuertes en paralelo a la cultura oficial. Aburridos de la inanidad de 60 Minutos y de las abuelitas de Maluenda, pero también de los hippies y las peñas con vino navegado, en los ochenta los chilenos prueban peinados new wave y asisten al nacimiento del punk criollo, conocen a Los Prisioneros y los Fiskales, descubren a Griffero y el Trolley, a Vicente Ruiz y el Garage Matucana. Pero la era ochentera es más que pura nostalgia. Es una crónica de la cultura popular chilena durante la década en que se consolida el nuevo sistema económico y Pinochet gobierna solo. \EL FESTIVAL DE LOS OCHENTA Enrique Maluenda, Don Francisco, Martín Vargas, Los Prisioneros, la Maripepa Nieto son muchos los nombres que configuran las cualidades de una década, y que hoy son elementos de la nostalgia en la cultura pop. De ello, da cuenta minuciosa el libro de Macarena García y Oscar Contardo. \Por Tito Matamala.\www.titolandia.cl\Aparte de la obsesión nostálgica y morbosa por la década de los ochenta, que estos días apreciamos en los medios de comunicación y en el espectáculo, se trata de un periodo de la historia reciente poseedora de méritos que pueden distinguirla claramente de otros momentos. No nos extrañe, entonces, la publicación de este libro “La era ochentera de los periodistas Oscar Contardo y Macarena García que pretende establecer las bases del tema, con una minuciosa referencia a sus variadas manifestaciones.\En los ochenta, daba la impresión de que en Chile ocurría de todo. Y varias facetas convergen en aquellos años, desde el régimen militar en su máximo apogeo, hasta la televisión en colores. Allí podríamos delimitar nuestro dominio: por una parte la historia en grande, una dictadura militar que había aplicado con éxito un modelo económico y que comenzaba a conocer las primeras señales de reprobación en la ciudadanía. Y por otro lado, el auge de la cultura televisiva, que pasaba de la simpleza ingenua de los setenta a la necesidad imperiosa de transformarse en negocio, autofinanciarse y arrojar ganancias.\Ambos elementos, modelo económico y televisión, se hallan intrínsecamente ligados. Descubríamos un nuevo Chile, pletórico en bienes materiales al alcance de la mano – aunque fuesen las manos de unos pocos – y la pantalla chica nos daba cuenta de ello cada día. El país de pronto se sacudía la miseria y comprendía que había más de una marca de shampoo, más de un dentífrico y un tipo de jeans. Los automóviles eran ahora japoneses y pequeños, los paraguas no necesitaban repararse porque eran desechables, como muchos productos “Made in Taiwán” que marcaron el decenio. Es imposible enumerar los cachivaches importados que atiborraron las vitrinas, cuál de ellos más inútil y por eso mismo imprescindible.\Abiertos al mundo, a la economía de libre mercado, nos entró el apetito voraz que aún mantenemos. \¡PEGA, MARTIN, PEGA! \Para todo ello, la vitrina perfecta fue la televisión con sus programas de concurso, liderados por “Sábados gigantes” como emblema patrio. Una generación completa de chilenos pegados al televisor la tarde sabatina, y recibiendo la versión de Don Francisco como única realidad posible: la diferencia entre la pobreza y la riqueza estaba marcada por el azar, “ha ganado la puerta ”.\Televisión y política inician un camino sin vuelta atrás. El régimen militar se tambalea y cede ante el pronunciamiento pacífico y democrático de la mayoría cívica. Pero antes, había marcado la pauta estética y valórica de las estaciones televisivas, mediante la censura y el veto a programas y personas. Por esos años fueron muchas las teleseries que resultaban incomprensibles para el espectador, porque cualquier tarde un actor había sido removido del papel y desaparecía su personaje con enormes vacíos en el guión. Las listas negras en la industria audiovisual también incluían a directores, dramaturgos y técnicos. La venganza, por cierto, vendría más tarde, pues la triunfante franja política del NO en el plebiscito de 1988 se debió justamente a esos profesionales que debían mantenerse en un bajo perfil para no llamar la atención de la censura y las autoridades.\“La era ochentena” es más: incluye cada una de las manifestaciones artísticas, como el cine, la publicidad, la música y el teatro. También merecen capítulos destacados las figuras iconográficas de la década: como la siempre rabiosa presencia de la Raquel Argandoña, o el eterno peleador Martín Vargas que ilusionaba a Chile con un título mundial de boxeo. Y por encima de ellas, la reina de belleza, Cecilia Bolocco, ¡porque al fin ganábamos en algo!\Son también los años de estropicio, de calamidades de la naturaleza. Jamás se había visto llover como en aquel octubre de 1986, con un diluvio bíblico de seis días en la zona central, por ejemplo. O el terremoto de 1985, y la consabida campaña nacional, “Chile ayuda a Chile”, liderada por Don Francisco. Se trata de un libro escrito con una prosa bella, muchas veces emotiva para quienes pertenecemos a esta generación, por los recuerdos del “Festival de la Una”, el trasero a la intemperie de la Maripepa Nieto o la constatación de la pobreza de vidas y almas que ostentábamos en esos tiempos. Es ingeniosa la manera de abordar la década por parte de los autores, mediante sucesivos episodios o reportajes que se pueden leer de manera independiente, pero que a la vez se entrecruzan y nos configuran la identidad criolla de los ochenta. Por tanto, es notable y sorprendente el testimonio de la memoria de un país, desde sus grandes rasgos que modelaban el destino político hasta la sabrosura de detalles nostálgicos, como los avisos que se mantienen en nuestro imaginario colectivo. ¿Se acuerda del cliente de la financiera que decía “Y yo ni me moví de mi escritorio”? O el final de la teleserie “La Madrastra”, con millones de espectadores tratando de adivinar quién mató a Patricia.\Son diez años que concentran las raíces de la cultura pop contemporánea, y que explican la actual idiosincrasia del chileno, tanto en sus vanidades como en su soberbia. Fue el último decenio en que podríamos rescatar un sentimiento colectivo, solidario en la población. En cambio, hoy impera el individualismo, el lucro y el amor intransable hacia los objetos.
Descripción 20 p.

 

 
 
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